sábado, 8 de noviembre de 2008

EL PAIS CELEBRÓ LA DEMOCRACIA CON RAÚL ALFONSIN


RELATO DEL MULTITUDINARIO ACTO REALIZADO EL 30 DE OCTUBRE DE 2008 PARA CELEBRAR LOS 25 AÑOS DE DEMOCRACIA PARA SIEMPRE

"COMO EN EL 83": CRÓNICA DE BEATRIZ SARLO, EN PERFIL



A las cinco de la tarde las colas rodeaban el Luna Park. Un poco más tarde se abrieron las puertas. Se ocuparon primero las gradas frente al escenario y a la izquierda; luego comenzaron a llenarse las de la derecha. En la platea, estaban casi todos los que fueron la Juventud Radical hace veinticinco años; hoy son hombres grandes, marcados por ese cuarto de siglo que los vio integrando la guardia de leales a Alfonsín, en el momento épico de las elecciones y la llegada al gobierno, para enfrascarse luego en decenas de riñas, reconciliaciones y nuevos encontronazos por el poder. Hace veinticinco años, esos hombres (porque son, sin excepción, hombres) eran la renovación; hoy, otros dirigentes les han dado alcance, tanto en la presidencia del Comité Nacional como en muchos distritos. Una parte de la herencia de Alfonsín se dispersó entre quienes se van sentando en la platea, saludándose sin la ampulosidad a la que acostumbran, en general, los políticos de otros partidos. Son gente que se ha equivocado mucho, pero no ha perdido un cierto estilo austero.

En la segunda fila, está una mujer diminuta que, en su momento, despertó la cólera de la Iglesia por su proyecto de ampliar las causales de despenalizacion del aborto; dibujada en madera marfilina, la cara de Florentina Gómez Miranda se vuelve hacia las gradas de donde llegan las canciones que no han sido, casi, actualizadas. Por el contrario, algunas consignas vienen del fondo de los veinticinco años transcurridos, como el eco de lo que se creyó posible entonces: “Franja Morada, la patria liberada”. Con frecuencia se escuchan los mismos nombres: los Ricardos están sobrerrepresentados, el porcentaje de Leandros, Hipólitos y Raúles es también mucho más alto que en el resto de la sociedad argentina. Los partidos son también sus nombres bautismales.

La llegada de Cobos, con la custodia que transporta un vicepresidente, produce un remolino en la superficie que, hasta ese momento, era tranquila. La seguridad de Cobos se interpone entre su custodiado y los fotógrafos (incluido el fotógrafo de este diario). Las tribunas no reciben a Cobos con las aclamaciones televisivas que lo rodean en los ámbitos indiferentes a la política desde su voto en disidencia con el Gobierno. Apenas si un rumor y algunos aplausos para este hombre gris, cuyo temperamento y su relativamente tardío ingreso a la política lo convierten en alguien distinto a los radicales de nacimiento (hijos y nietos de radicales, o militantes que se sumaron al partido durante la dictadura, radicales a la vieja usanza, que no necesariamente es mala). Cobos es un post político típico de estas épocas. Por eso, en tribunas intensamente radicales como las de este acto, Cobos es casi un extranjero y, para peor, un extranjero que durmió en las carpas del kirchnerismo, aunque ahora las haya abandonado o lo hayan desalojado de ellas.

Otro remolino encierra la entrada de Enrique Olivera y Elisa Carrió: no se la ve a ella, otra radical de familia, que prefirió dormir en su propia carpa o vivir a la intemperie antes que seguir las idas y vueltas, las alianzas y los pactos que el gran homenajeado de esta noche imprimió a su partido hasta arriesgar incluso su anegamiento en las aguas de los acuerdos que le impuso. Con la misma voluntad de hierro con la que cumplió su promesa electoral de enjuiciar a las juntas militares, Raúl Alfonsín torció la convicción y el sentimiento de muchos en la UCR cuando firmó con Menem el Pacto de Olivos. En ese arco, la Argentina le debe tanto a este hombre homenajeado hoy: el juicio a las juntas, que fue la piedra liminar de la democracia, el umbral que, una vez atravesado, ya no permitió el retroceso, pese a las propias leyes que Alfonsín promulgó sobre Obediencia Debida y Punto Final. El juicio a la juntas no se borró con nada, no tuvo correcciones aunque su propio impulsor quiso imponérselas. Del mismo modo, el Pacto de Olivos no se borró y lo metió al país en la segunda parte de los “años Menem”. Alfonsín abrió y cerró puertas: la impulsó a Carrió como constituyente de la asamblea que le garantizó a Menem su reelección y, con el mismo gesto fundador, le dio a Carrió su primera oportunidad política.

Los videos de discursos de Alfonsín se repiten. En el acto del Obelisco, cierre de campaña en 1983, con la avenida 9 de Julio cubierta por un millón de personas, Alfonsín, ya antes de ganar las elecciones del 30 de octubre, había probado que podía ganarle la calle al Partido Justicialista. En esos días, los encuestadores más minuciosos pensaban que los números les daban mal, que erraban los resultados porque les indicaban que Alfonsín vencía, en elecciones libres, a un peronismo no proscripto. Y, por su parte, ese peronismo no proscripto estaba rabioso, con dirigentes mediocres que los mejores hombres despreciaban o aborrecían, y sobre todo rabioso porque intuía que, por primera vez, la taba electoral se daba vuelta. El peronismo hasta ese momento sólo conocía la persecución o la victoria. De repente, un dirigente de Chascomús, como ironizaban algunos marxistas traslúcidos, les prometía la convivencia democrática pero también la derrota.

Al costado del escenario, a derecha e izquierda, dos gradas fueron ocupadas por los nuevos jóvenes, dirigentes, concejales, intendentes: noventa por ciento de hombres; el resto, algunas chicas. Debe ser difícil encontrar un partido con ese indómito predominio masculino. La convocatoria al acto es de la Juventud Radical presidida por el hijo de quien fue uno de los jóvenes del ’83, el ministro Nosiglia; este nuevo Nosiglia, Juan Francisco, inauguró el acto, cuyo segundo orador fue Sergio Duarte, secretario de la mesa nacional de Franja Morada. La locutora, Graciela Mancuso, viene desde 1982 presentando los actos radicales. O sea: un descendiente de la nobleza republicana del partido, a cuyo padre Alfonsín le ha dado muestras de afecto incluso cuando los ingenuos creían que iba a desprenderse de él; un representante del movimiento estudiantil que hegemonizó, en muchas universidades, la transición democrática y luego inauguró, en algunas de ellas, como la de Buenos Aires, la política del militante-funcionario rentado; una mujer emocionada, que no puede creer que la historia le ofrece a ella una segunda vuelta.

Finalmente habló Gerardo Morales, más joven que la vieja guardia alfonsinista. Como es presidente del Comité Nacional, la recepción no fue unánime; Morales quiere dirigir un partido, no conservar un símbolo. Nadie puede asegurar que lo logre, pero se le responde como a alguien que está en la disputa del poder. Sin embargo, pese al diálogo breve que intercambió con quienes le pedían que no interviniera distritos, el acto no perdió sino por segundos su carácter de conmemoración: “No pertenece sólo al radicalismo –dijo Morales– sino a todos”. Sus últimas palabras son las que cualquiera allí hubiera podido pronunciar, incluso los más vacilantes o los más ávidos de poder, los más dubitativos o los más sectarios: “Gracias, Alfonsín, por haberle dado sentido a nuestras vidas”.

En ese momento, en un clima de intenso historicismo, es decir de identidad intensa, se anunció que Alfonsín no llegaría al Luna. Con aplausos y silencios alternados, se proyectó el discurso cuyas imágenes ocuparon fugazmente el lugar vacío. Pero son sólo imágenes.

Enseguida los dirigentes juveniles toman el micrófono: “Alfonsín no viene, pero nosotros vamos a su casa: Leandro Alem, Maipú, Santa Fe”. A las once de la noche, los vecinos salen a los balcones; suenan bombos y se agitan banderas. Todos miran hacia arriba, esperando el milagro de una aparición. El partido acompañó, todavía en vida, al político que lo sacó de perdedor y quiso ponerlo en el centro de la izquierda argentina. La carta de Michelle Bachelet, los videos con saludos de Jimmy Carter, Felipe González, José Sarney, Julio Sanguinetti y Lula cumplen el sueño latinoamericano del hombre que se duerme mientras una cuadra llena de gente vela frente a su casa.

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