sábado, 8 de noviembre de 2008

25 AÑOS DE DEMOCRACIA DE TODOS: FESTEJO SOLIDARIO DEL RADICALISMO DE LAS COLONIAS

La Juventud Radical de Esperanza formalizó ayer la entrega de una importante donación surgida de una cena benéfica realizada hace pocos días.

En esa oportunidad casi 500 personas participaron de la convocatoria solidaria que incluyó el aporte de empresas. El dinero entregado ayer fue $ 9406,50.

José Assen agradeció el trabajo solidario y destacó el respaldo que significa para la entidad.

Por su parte Mauricio Weibel destacó que este tipo de trabajos es común en la Juventud Radical ya que "no solo trabajamos en política sino que siempre lo hacemos en acciones benéficas al servicio de la comunidad".

EL SENDERO PROYECTADO, POR RAUL ALFONSIN


EN PAGINA 12

La ocasión de aniversarios despierta generalmente la voluntad de ejercitar una mirada retrospectiva hacia los hechos que recordamos, en este caso con satisfacción, no por ser el 30 de octubre de 1983 el día de un triunfo electoral sino por ser el día de la celebración de las primeras elecciones después del largo túnel de la última dictadura militar.

Quizás el mayor motivo de satisfacción es que en estos 25 años que celebramos hemos trazado un destino que deja muy en claro hacia dónde no estamos dispuestos a volver los argentinos y hoy podemos afirmar con certeza que la dictadura militar que asoló nuestra República entre 1976 y 1983 fue, es y será la última. No seríamos sinceros si nos adjudicáramos este cambio de época: el espanto vivido, la aventura militarista de Malvinas y la comprobación de que las Fuerzas Armadas no son las que deban resolver los problemas que la política no sabe cómo atender son hechos fundamentales que hicieron del período que iniciamos en 1983 un tiempo fundacional.

Sin lugar a dudas, no somos nosotros los indicados para realizar un análisis objetivo de esta fecha: tampoco queremos hacerlo, sino transmitir de forma honesta y sin maniqueísmos nuestra visión, desde el conocimiento acabado del difícil contexto en el que se de-sarrolló nuestra acción de gobierno.

Gobernamos la Argentina que despertaba a la vida con la firme convicción de la necesidad de recrear la cultura democrática de nuestro país.

Nuestro horizonte es y ha sido una constante para nuestro accionar: instaurar en nuestro país un Estado legítimo. ¿Qué significa esto? Que deseábamos incorporar normas que, sin menoscabo para la libertad, promovieran y aseguraran una mayor igualdad. También queríamos incorporar en la política y en la sociedad un orden moral fundamental que vinculara cada vez más la ética al derecho y a la política, y ésta a la sociedad a través de la teoría del consenso. Valores que son, para utilizar la descripción de Germán Bidart Campos, aquellos “que hacen buena y deseable la convivencia social, o sea los que se realizan en y por las conductas sociales del hombre”. En esa dirección concentramos nuestros esfuerzos en un camino a todas luces sinuoso.

Sostuvimos el respeto a la ley y el nuestro fue el último gobierno que no hizo abuso de herramientas como los decretos de necesidad y urgencia y garantizamos la independencia y funcionamiento de los poderes.

Trabajamos por la justicia y la verdad, y llegamos más lejos que ninguna otra nación: juzgamos y condenamos a las cúpulas militares en un hecho que sigue siendo inédito en la humanidad.

Ejercitamos nuestra vocación de generar consensos, para terminar con la compartimentación de un país que atravesó 150 años de profundas e inconducentes divisiones, algunas de las que pretenden asomar en estos días de crispación. Para ello construimos un gobierno plural, donde no sólo había radicales tomando decisiones: compartimos el poder con peronistas, socialistas, demócratas cristianos e independientes y convocamos al Consejo para la Consolidación de la Democracia con mujeres y hombres de todas las fuerzas.

Dijimos en campaña que “con la democracia se come, se cura y se educa”: el Plan Alimentario Nacional, el Plan ABC, el Programa de Alfabetización premiado por la Unesco, la apertura de hospitales como el Garrahan y el Seguro Médico Universal que la oposición vetó en el Congreso son parte de lo que la democracia puede hacer para mejorar las condiciones de vida de los pueblos.

Todo lo que hicimos, con aciertos y muchos errores, lo hicimos en paz y en libertad.

Y si bien quedamos con cuentas pendientes, podemos decir satisfechos que cumplimos con nuestra principal meta: construir –mediante el diálogo, el consenso y la ética– una democracia para el Estado y la sociedad argentina, que trascienda nuestro gobierno y siente las bases de 100 años de paz y prosperidad para la Argentina.

Nos resta a todos la ciclópea tarea de hacer de la democracia la conjugación de libertad e igualdad, participación y solidaridad. Para ello debemos fortalecer las herramientas de la democracia que estamos construyendo entre todos.

Este es el sendero proyectado.

LA JR RECORRIÓ EL NORTE SANTAFESINO JUNTO A RICARDO ALFONSIN

El pasado viernes 31 de octubre y sábado 1 de noviembre la Juventud Radical acompañó a Ricardo Alfonsin por el norte santafesino.

El dirigente nacional visitó la ciudad de Malabrigo invitado por el Senador por el Dto Gral Obligado, Federido Pezz. En dicha localidad se realizó una conferencia de prensa en la que participaron además la Vice gobernadora Griselda Tessio, la Diputada pcial Alicia Perna y el presidente de la JR, Gustavo Puccini (Ver foto).

Al cabo de la conferencia de prensa se concretó una emotiva cena en la que participaron el intendente de Avellaneda Orfilio Marcón y los presidentes comunales de la UCR del Departamento. De la fiesta asistieron mas 400 personas y estuvo organizada por la JR de Malabrigo y el comité local. Luego de los discursos, se hizo entrega de los diplomas a los dirigentes departamentales protagonistas de los 25 años de democracia.

Al día siguiente Ricardo Alfonsín junto a la JR, el Senador Federico Pezz y el ex intendente de la ciudad de San Cristóbal Edgardo Martino, visitaron la Municipalidad de Vera, donde se llevó adelante un desayuno de trabajo junto al intendente Raúl Seco, la Diputada provincial Analia Speich y colaboradores de la gestión comunal.

La recorrida finalizó en el departamento San Justo, allí Alfonsin fue recibido por el senador Rodrigo Borla y el intendente de la ciudad Marcelo Mauro. En el Club Italiano Ricardo Alfonsín dio un caluroso mensaje ante un recinto repleto de dirigentes y simpatizantes de la Unión Cívica Radical local y departamental.

Finalmente en un almuerzo en la misma ciudad de San Justo se homenajeó a Ricardo Alfonsín por su compromiso con la UCR, y la distinción que tuvo para con nuestra provincia en estos días de tanto requerimiento hacia su persona por los homenajes a Don Raúl Alfonsín.

AQUEL 30 DE OCTUBRE, POR RAUL ALFONSIN


EN CRITICA DE LA ARGENTINA


Los argentinos llegamos a los primeros 25 años de vida en democracia: nunca antes atravesamos un período de imperio de la libertad, paz e institucionalidad tan extenso y, por ello, nunca antes habíamos tenido ocasión de aprehender con tanta intensidad los valores intrínsecos del orden democrático.

Sin lugar a dudas, en 1983 sentamos las bases de ese aprendizaje, iniciando la transición hacia la democracia. Cuando decíamos que “con la democracia se come, se cura y se educa”, estábamos diciéndole al país que mientras no se garantizaran los derechos sociales básicos –como el acceso al alimento, la salud y la educación–, la democracia que comenzábamos a construir hace 25 años no sería completa.

Ése es nuestro horizonte: avanzar del estado que Robert Dahl denomina “poliarquía” hacia mayores grados de libertad e igualdad, lo que llamamos “Estado legítimo”.

En este camino de transición hacia la democracia, estos 25 años han marcado avances y retrocesos, con momentos de esperanza y otros de zozobra. Sin embargo, en ese lapso el pueblo rechazó las aventuras alocadas de los que nos ofrecían volver al pasado de violencia y autoritarismo.

El dolor de lo vivido nos hizo aprender ferozmente la diferencia entre la vida y la muerte, y felizmente, para las próximas generaciones, la diferencia entre la democracia y la dictadura.

Parece poco, pero nos costó más de 50 años de alternancia cívico-militar entender que el pueblo, y sólo el pueblo, es capaz de decidir su destino y que, como sosteníamos en 1983, las grandes mayorías no tienen derecho a permanecer en silencio.

Nos tocó encarar la reconstrucción del edificio republicano, dañado por las constantes y repetidas apariciones en escena del “partido militar”, restañar las heridas de un pueblo golpeado por la tragedia y la violencia, recrear el sentido de la justicia y la memoria, recuperar la vocación del consenso pisoteada por la costumbre de la patota, reinstaurarnos en un mundo dividido y tensionado por la guerra fría, tender una mano solidaria y reparadora hacia los cada vez más argentinos expulsados por el neoconservadurismo importado en los tristes años que precedieron nuestra gestión, en la convicción de que –como sostuvimos ante las Naciones Unidas– no hay paz sin pan, como tampoco hay pan sin paz.

Encaramos, los argentinos todos, la ciclópea tarea de reinventar una cultura democrática en la Argentina.

Con esas premisas, desarrollamos el gobierno de la transición. Pusimos en marcha diversas iniciativas en todos los campos para empezar a poner en movimiento esos objetivos fundantes, algunas implementadas en su totalidad, otras de forma parcial y algunas truncadas por una oposición que creyó que así debilitaba a un partido y terminó debilitando a la transición: la primera ley de la democracia –la 23.040– derogó la autoamnistía militar que respaldaba el actual oficialismo; creamos la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas y en una decisión inédita en la humanidad, nuestra Justiciajuzgó y condenó a las cúpulas militares, según las responsabilidades diferenciales que habíamos planteado en nuestra campaña; impulsamos el crédito hipotecario como nunca antes; otorgamos el Plan Alimentario Nacional a 1.500.000 familias, que no sólo recibieron alimento sino que pudieron acceder a servicios básicos a través de programas como el ProAgua; llevamos adelante programas educativos de reconocimiento internacional como el Plan Nacional de Alfabetización y el Programa ABC; desarrollamos la producción científica y la investigación; construimos hospitales y propusimos un seguro de salud para todos los argentinos rechazado por la oposición; democratizamos las universidades; impulsamos la producción y el asociativismo (más de 8.000 nuevas cooperativas se crearon en nuestro gobierno); convocamos a todas las fuerzas políticas al Consejo para la Consolidación de la Democracia; pusimos definitivo punto a la visión de nuestros vecinos americanos como enemigos; suscribimos la paz con Chile, refrendada por la mayoría del pueblo y creamos lo que hoy es el Mercosur junto al presidente Sarney, de Brasil; dirigimos nuestra política exterior hacia la amistad con todos los pueblos, el respeto hacia su autodeterminación y la cooperación Sur-Sur…

Nos tocó gobernar en uno de los peores contextos internacionales, con una sociedad que estaba despertando de las peores pesadillas y con un aparato corporativo que se resistía a la idea de que el poder reside en el pueblo, oposición y sindicatos que actuaron en forma de ariete para recuperar el poder. También, y sería deshonesto negarlo, con nuestras propias flaquezas y debilidades.

Sin embargo, gobernamos la transición con honradez y con sentido nacional, en paz y libertad y con el claro rumbo de la democracia social hacia un Estado legítimo.

En 1989, cuando debimos entregar el gobierno de forma anticipada, existía un recalentamiento de la situación política artificialmente producido. Visto ahora, desde la distancia que nos otorga el tiempo, confirmamos lo que creíamos en aquel entonces: con un siete por ciento de desocupación, con libertades individuales plenamente garantizadas, con una infatigable voluntad de diálogo hacia todos los partidos de la oposición y con la firme decisión de entregar el gobierno a mi sucesor con el mayor espíritu de colaboración, en esas condiciones se produjo un estallido que no dejó otro camino que acelerar el traspaso del poder.

Asaltos a supermercados, paros parciales cotidianos, huelgas generales, violencia callejera, pedidos del justicialismo para que yo renunciara y discursos que originaban corridas bancarias fueron el detonante. El hambre y la desocupación eran los principales argumentos. Pocos años después, la administración que me sucedió llevó la desocupación al veinte por ciento, cerraron cientos de fábricas, la marginalidad se extendió como una epidemia social, más de la mitad de la población quedó por debajo de la línea de pobreza y se instaló una grave corrupción. Todo eso sin que se produjera estallido alguno.

En este contexto, 25 años después estamos conformes con lo hecho. Seguimos caminando hacia una democracia plena con los mismos valores que enunciamos y practicamos, satisfechos de saber –como sostiene Santiago Kovadloff– que el logro radical no fue que la transición se haya dado en los términos anhelados sino, llanamente, en que se haya dado.

Conscientes de las enormes deudas que aún tenemos, pero orgullosos de haber puesto la piedra basal de la democracia para siempre en la Argentina.

GRACIAS, POR PEPE ELIASCHEV




Perfil.com.ar - Mirado desde afuera, se hacía cada vez más respetable, pero no abundaba para con él el afecto, ni la confianza total. El exilio había llevado a algunos radicales al exterior, pero en esencia los que nos habíamos ido del país proveníamos del peronismo, de la izquierda, o éramos independientes.
En este ámbito, Raúl Alfonsín era considerado con distinción, sin arrebatos emocionales. Su figura se había catapultado cuando en 1982 fue el primer político de peso en oponerse a la escandalosa tragedia de Malvinas, pero esa mañana del 30 de octubre, cuando tomábamos café y cambiábamos impresiones en un Sanborn’s sobre el Paseo de la Reforma del Distrito Federal, nuestra pasión política estaba encorsetada y mascullábamos nostalgia, irritación y esperanzas. Habíamos ido al consulado argentino en Ciudad de México a que nos certificaran que estábamos a más de 500 km de nuestro lugar de votación.
Imposible votar por Alfonsín ese día, pero sabíamos que el exilio terminaba y llegaba la hora de volver. Nosotros, los que nos habíamos ido del país un año y medio antes de que las Fuerzas Armadas ocuparan el poder, sabíamos que habíamos salido de una Argentina gobernada por los peronistas y que, en ese lúgubre 1974, cuando empezó nuestro alejamiento, ya eran decenas los asesinados a mansalva por fuerzas de tareas comandadas desde la Plaza de Mayo.
Ahora el momento había llegado. Era hora de cerrar una época densa, significativa, formidable y a la vez trágica. La negritud se despejaba, lo siniestro retrocedía.
Es sencillo demostrar que Alfonsín no hubiera significado lo que su figura y su proyección terminaron implicando sin la masiva y movilizada militancia que él supo motivar y que le dio sustancia y carnadura a su marcha a la Casa Rosada.
Pero al final del día, la divisa rojiblanca de su partido, desde cuya identidad activó toda su vida como hombre político, cedió preeminencia a favor del RA, asociado con el país y con la república.
Esa fue su fuerza y su mensaje, entonces imbatible. No sólo se asociaba con el mayor denominador común (sistema y patria), sino que ponía en acto una manera de vivir, experiencia democrática que pulverizaba a un justicialismo inadecuado, antiguo y ambiguo.
Alfonsín era la posibilidad de soñar con lo que durante años había estado relegado e incluso oculto. El peronismo que había hecho implosión de manera sangrienta ya en 1973 no era opción una década más tarde. No lo era porque no se proponía serlo. El aparato político que presumía de monopolizar el favor de los pobres apoyaba en 1983 la autoamnistía que se habían regalado las Fuerzas Armadas al abandonar el poder.
Alfonsín se convierte así, por definición y decisión, en conductor político de una era definida por las rupturas. Quiere ser y será el ciudadano a cargo del Poder Ejecutivo que consume el fin de la impunidad. Firma el decreto de enjuiciamiento a las juntas militares del terror, pero no se olvida de las responsabilidades de los guerrilleros que desde el 25 de mayo de 1973 prosiguieron, impertérritos, secuestrando y asesinando.
La guerrilla, que no quería ni pedía democracia alguna, no se lo perdonó. En 1989, últimos vástagos del ERP atacaron una unidad militar a sangre y fuego (La Tablada), mientras numerosos y calificados remanentes de Montoneros se alineaban con Carlos Menem, que los indultaría meses más tarde, tras mantener promiscuidad con los carapintadas.
Pero Alfonsín venía de otro escenario de valores, configurado por la necesidad de estimular la diversidad y procurar a toda costa la convergencia entre culturas y prácticas diversas. Hay que recorrer el armado humano de la Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas y el Consejo para la Consolidación de la Democracia para advertir y registrar claramente esa impronta democrática resistida por la fuerte marca autoritaria y corporativa que lo llevó a denunciar el pacto militar-sindical.
Su figura terminaría siendo clave y determinante con los años, sobre todo si se considera la calamidad nacional que era la Argentina de 1983 y la colosal excepcionalidad de un país que, a diferencia de Chile, Brasil y Uruguay, tuvo que abocarse a una transición democrática inédita, sin salvaguardas ni garantías.
La Argentina será en los ochenta el país donde el presidente Alfonsín zamarrea sin miramientos a un fascista párroco militar en medio de una misa, o le pone los puntos sobre las íes, y en la propia Casa Blanca, a un presidente norteamericano abocado al derrocamiento de legítimos gobiernos centroamericanos.
No descuelga cuadros. Alfonsín juzga criminales en uniforme y se aguanta pagar el precio. Va a Cuba, habla con Castro, propicia romper con la Guerra Fría en el hemisferio, y sella el fin de las hipótesis demenciales de conflicto con Chile (Beagle), apostando todo a la apertura democrática en ese país, donde el estado de derecho arribaría sólo siete años después.
Todo llega alguna vez. Este 30 de octubre, la persona a quien la actual farándula periodística denostaba con sarcasmos hace una década, pidiéndole que dejara de salvarnos, el viejo líder es hoy poderoso talismán de energías democráticas, al que ahora se acercan, para validarse, oportunistas que creyeron que se salvaban con los Kirchner, y hasta la propia Presidenta, cuyo homenaje en la Casa Rosada fue un monumental acto de hipocresía concebido para que ella resultara beneficiada del prestigio de un hombre que debe ser reconocido en la praxis política y no en los fuegos artificiales del carnaval mediático.
Ahí está él. En su batalla acumula buena dosis de errores y gruesa cosecha de fallas. Nadie mejor para admitir su humana falibilidad. Siempre me impresionó eso en él, tras haber sido privilegiado por su afecto y su respeto sólo desde que perdió todo poder; ha vivido una vida respetuosa y considerada para con sus semejantes.
Encarna aquellos valores de decoro, modestia, frugalidad y respeto que lo convierten en figura dolorosamente asincrónica en la Argentina. El ha sido piloto y camillero, estadista y socorrista, hombre de Estado y gestor de acuerdos que si bien no siempre fueron oportunos, revelaron de manera invariable una visión histórica amplia y generosa para superar los principales y más graves dilemas argentinos.
Ha afrontado, sin embargo, problemas que fotografían de manera lapidaria rasgos aborrecibles del país que no termina de morir, territorio de hegemonías supremacistas y mezquindades insondables.
No ha recibido los agradecimientos de una sociedad civilizada para un hombre que ha cumplido el papel que él quiso, supo y pudo cumplir, paradigma de una época mejor, más sana, más pacífica, superior.
Por eso, yo, libreta de enrolamiento 4.530.522, le digo gracias. Su nombre, Alfonsín, me sabe a libertad.

ALFONSIN SIMBOLO DE LA DEMOCRACIA, POR JOAQUIN MORALES SOLA



PUBLICADO EN "LA NACION"


En una noche como la de ayer, hace justo 25 años, Raúl Alfonsín daba vueltas, solitario, alrededor de la pileta de la quinta de un amigo en el Gran Buenos Aires. "No puede ser, no puede ser", repetía cada vez que alguien le acercaba la información de que había ganado las elecciones presidenciales. Eran sólo versiones, porque la dictadura guardó la información hasta bien entrada la noche, atemorizada ante la eventual reacción del peronismo. El hombre seguro de la campaña, el líder de discursos electrizantes y denuncias vibrantes, se mostraba incrédulo ante una novedad ciertamente histórica. El peronismo acababa de perder las primeras elecciones libres desde que Juan Perón había fundado un partido.

¿Cómo empezar en un país devastado por los conflictos políticos, económicos y humanos? ¿Por dónde debía empezar? Alfonsín había llegado a esa epifanía política con un equipo de viejos amigos y con la amplia estructura partidaria del radicalismo. Su fiel amigo David Ratto, prematuramente muerto, hizo quizá la última gran campaña publicitaria de su vida con la elección de Alfonsín. Raúl Borrás, otro hombre sorprendido por la muerte temprana, fue el jefe político del desorden radical que significó aquella campaña electoral.

Alfonsín no tenía muchos recursos; en la Capital sólo poseía un departamento de escasos dos ambientes exiguos en Juncal y Libertad. Ahora, en la vejez, tiene sólo un poco más que eso. Sin embargo, desde el momento en que se hizo oficial su victoria quedó claro que su gestión se enfrascaría en dos objetivos fundamentales. Uno: crear una cultura democrática en un país que había perdido los hábitos de la democracia, después de cincuenta años de autoritarismos de facto o elegidos, de gobiernos civiles frágiles y de frecuentes interrupciones militares. El otro: que la democracia no fuera, otra vez, una experiencia efímera en la vida de los argentinos.

Venció la impronta de un gallego cascarrabias, como él mismo se suele definir, para dedicarse a construir una civilización política tolerante y plural. La Argentina sería uno de los primeros países de América latina, sembrada entonces de gobiernos militares, en encontrar la fórmula del progreso democrático. Alfonsín terminó en los años 80 convertido en un ícono mundial del restablecimiento democrático latinoamericano.

Eso sucedió en el mundo. La faena en la Argentina fue más ardua que un emblema conspicuo o que el videoclip de una canción de Michael Jackson con imágenes de Alfonsín (que también existió).


* * *

Alfonsín pertenece a una generación de políticos atrapados por las pasiones: son furiosamente peronistas o furiosamente antiperonistas. Los primeros son hijos de la intemperancia del primer Perón; los segundos son la consecuencia previsible de aquellas intolerancias. Alfonsín había militado siempre en la convicción de que el peronismo servía poco para la democracia. Esa es su verdad.

A pesar de esos convencimientos, prevaleció en el entonces presidente electo otra certidumbre: los asiduos golpes militares sólo habían sido posibles en el pasado por los enfrentamientos irreconciliables entre los partidos políticos y los dirigentes civiles.

Alfonsín había ganado ampliamente la elección presidencial (es el presidente radical que más votos sacó en la historia), pero su partido no controlaría el Senado ni los gremios. En el acto, comenzó a tender puentes de convivencia con el peronismo y dentro del propio radicalismo. Dejó algunas viejas ideas a un lado cuando se enfundó el traje de presidente.

La primera decisión que tomó fue ofrecerle a su reciente contrincante peronista, Italo Lúder, un lugar como ministro de la Corte Suprema de Justicia. Lúder rechazó el cargo, pero entre ellos ya se había entablado una secreta relación de acuerdos que no eran públicos.

En efecto, en medio de la campaña electoral se juntaron en una reunión muy reservada para fijar las reglas del juego: la competencia podía permitirse duros cruces políticos, pero ninguno de los dos daría golpes bajos.

La experiencia democrática en la Argentina era nonata todavía y no había lugar para los lujos de países con mayor civilización política. Esa fue la conclusión de ambos candidatos.

Dos viejos contrincantes internos de Alfonsín en el radicalismo, los balbinistas Antonio Tróccoli y Juan Carlos Pugliese, fueron designados ministro del Interior y presidente de la Cámara de Diputados, respectivamente. Ellos sabrían entenderse con el peronismo mejor que los alfonsinistas. Fueron leales y eficientes con el presidente al que habían enfrentado.

El peronismo, que se preparaba para combatir al nuevo gobierno desde una humillante derrota, vio de pronto abiertas las puertas del diálogo y la convivencia. No podía colocar la venganza como prioridad ante una sociedad con signos evidentes de fatiga frente a la violencia.

Los militares debían aprender de una buena vez que no se tumba impunemente a un gobierno civil. Así puede describirse la otra obstinación de Alfonsín. "Sin rencores ni venganzas", instruyó, no obstante.

Había prometido en la campaña electoral que por el horror de las violaciones de los derechos humanos pagarían los que habían dado las órdenes y los que habían cometido crímenes aberrantes. Nunca prometió que se juzgaría a todos los militares.

Este antecedente es importante para explicar lo que pasó mucho después. Le costó, eso sí, encontrar el método en el que encajaran su promesa electoral y los reclamos sociales sobre la revisión del pasado.

Tal vez la mayor injusticia de Néstor Kirchner, entre las muchas injusticias que cometió, haya sido pedir perdón a los familiares de los desaparecidos en nombre de un Estado que, según dijo, nunca había hecho nada.

Había que estar en los zapatos de Alfonsín en 1983, con las Fuerzas Armadas intactas aún en su tamaño y en la disponibilidad de recursos, para establecer en qué medida era difícil decidir enviar al banquillo de los acusados a los quince jefes militares más importantes de la dictadura.

Alfonsín no sólo hizo eso; también nombró una comisión de civiles notables, presididos por el escritor Ernesto Sabato, para hurgar, indagar y averiguar, hasta llegar lo más cerca posible de la verdad, sobre los desaparecidos. De esa investigación surgió el voluminoso libro llamado Nunca más , la mejor descripción que se ha hecho sobre aquel martirologio.

El peronismo no pudo escaparse de la nueva cultura política que se iba imponiendo en el país ni los militares pudieron evitar el juicio político al que los sometió la democracia argentina.

A partir del 30 de octubre de 1983, la sociedad se olvidó de gran parte de los problemas para vivir sólo la esperanza y el optimismo. Una suerte de amplia excitación social sobrevino luego de la elección de octubre.

A Alfonsín lo esperaban una economía en virtual default, el conflicto permanente con los gremios (sobre los que pudo hacer poco y nada), el zigzag con el escurridizo peronismo parlamentario y las fracasadas sediciones militares.

Pero eso ocurrió mucho después. Quien no haya vivido en la Argentina entre octubre y diciembre de 1983 no conoce lo que significa un instante único de felicidad colectiva. Alfonsín sigue produciendo esos momentos de civilización política, más aletargados y austeros, hasta en la actualidad.

Hace poco, peronistas, radicales, socialistas y conservadores se juntaron en La Plata, en medio de la crispada Argentina, para hacerle un homenaje al ex presidente radical. Y es el único político que, hasta ahora, le arrancó al matrimonio Kirchner palabras ponderativas del diálogo y el consenso.

Ese lugar en la historia de referente insoslayable de la democracia, de última reserva de un sistema político agobiado a veces de conflictos y de rupturas, no se lo ha sacado ni siquiera la posterior saga de aciertos y errores propia de cualquier vida.

ALFONSIN VOLVIO A CONMOVER, 25 AÑOS DESPUÉS



PUBLICADO EN LA NACION

El festejo comenzó en un Luna Park colmado de banderas rojas y blancas y militantes radicales al borde de las lágrimas, y terminó frente a la casa de Raúl Alfonsín con una multitudinaria manifestación. Así, la UCR homenajeó anoche al ex presidente en el 25° aniversario de las elecciones que marcaron el fin de la última dictadura militar.

Si bien Alfonsín no pudo asistir por su delicado estado de salud, estuvo presente con un emotivo mensaje grabado en video, en el que hizo un llamado al diálogo entre los argentinos. "Diálogo que no es simplemente diálogo entre gobierno y oposición, que es diálogo también dentro de la oposición", dijo el ex mandatario. Y planteó que el Gobierno "no puede sentirse el realizador definitivo de la Argentina del futuro porque haya ganado una elección". Fue el pasaje más aplaudido del ex presidente.

Los organizadores del acto improvisaron un final a lo grande y convocaron a los casi 8000 radicales reunidos a marchar 15 cuadras hasta la casa de Alfonsín, en Santa Fe al 1700.

El ex presidente pidió "no quedarnos en un pasado que ya fue" (un reproche que suele hacerle al kirchnerismo) ni creer que se construye democracia "sobre la base de la destrucción" de todo lo preexistente (lo llamó "neoanarquismo").

En cambio, hizo un fuerte llamado al diálogo y a la búsqueda de consensos. "Tenemos que querernos más entre todos los argentinos, porque a través del esfuerzo común es cómo vamos a resolver nuestros problemas", exhortó.

En las gradas del Luna Park, ocupadas por la militancia joven, pero también por familias y señoras que querían ver al ex presidente, se mezclaba la desazón por la ausencia de líder radical con la emoción de escuchar sus palabras grabadas.

"Olé olé, olé olá, somos la vida, somos la paz, somos el juicio a la junta militar", fue el canto más repetido. Aunque no faltó ninguno de aquellos clásicos que los jóvenes radicales entonaban en el 83.

En referencia a los años 70, Alfonsín habló de los miles de jóvenes "llevados a verdaderas catástrofes" por perseguir objetivos esenciales, pero que "no podían concretarse a través de la violencia", y recordó que no existe democracia sin disensos.

El ex presidente dejó sentada su opinión política cuando pidió no sólo diálogo entre la oposición y el Gobierno, sino también "dentro de la oposición".

No fue un mensaje inocente. En la primera fila lo escuchaban los dirigentes que ya no están entre las filas del centenario partido: el vicepresidente Julio Cobos (ex líder de los radicales K) y los fundadores de la Coalición Cívica, Elisa Carrió; y de Recrear, Ricardo López Murphy.

El dato no puede escapar a una lectura política, justo cuando buena parte de la oposición (ellos tres incluidos) ensaya acuerdos para llegar aliados a las próximas elecciones.

"Alfonsín y yo luchamos por la unidad del partido, para volver al radicalismo", reconoció Cobos, que llegó acompañado por el gobernador de Corrientes, Arturo Colombi, y una decena de intendentes y legisladores de su grupo.

"No especulo con un retorno a la UCR, abogo por la conformación de un frente cívico que le dé al país una alternativa", admitió López Murphy, que dialoga con dirigentes de varios sectores.

Mirada al futuro

En cambio, como escondida en una punta del sector de invitados especiales, Elisa Carrió se esforzaba por sacarle contenido político a su presencia.

"Vine por 40 años de historia familiar, hice lo que me pidió el corazón", dijo a LA NACION, también rodeada de una decena de diputados y el candidato porteño, Alfonso Prat-Gay. La jefa de la Coalición Cívica se fue cuando supo que Alfonsín no iría.

Con el corazón añorando el pasado, pero la mirada puesta en el futuro, el acto radical estuvo lleno de mística partidaria y referencias a 1983, pero en todo momento la UCR buscó mostrar que atraviesa un proceso de recuperación y se ve a sí misma como eje de un proyecto opositor alternativo al Gobierno.

Así lo dejaron claro los otros oradores, el presidente del partido, Gerardo Morales, y el jefe de la Juventud Radical, Juan Nosiglia, que convocaron a una construcción junto a otros partidos, en medio de elogios a la figura de Alfonsín. "El llamó a bajar las banderas partidarias y levantar la celeste y blanca", apuntó Morales.

El jefe de la UCR le pegó muy duro al kirchnerismo, pero debió soportar los silbidos de los radicales rionegrinos, que le pidieron que levantara la intervención del distrito.

Frente al escenario, escuchaban varios ministros de Alfonsín, dirigentes cercanos a él como Federico Storani, Leopoldo Moreau, Jesús Rodríguez y Enrique Nosiglia. El bloque de diputados y senadores radicales casi completo, radicales K como los intendentes Enrique García y Gustavo Posse, y dirigentes de todas las épocas.

"No falta nadie, hace años que no teníamos un acto así masivo", se entusiasmaban los radicales, sorprendidos por la repercusión del acto.

El festejo, que había empezado con una vigilia de los jóvenes frente a la casa del Alfonsín, terminó en el mismo lugar.

En una caravana bulliciosa, que cortó por completo la avenida Santa Fe desde Carlos Pellegrini hasta Callao, buena parte de los dirigentes que estuvieron en el Luna Park le hicieron oír su entusiasmo a Alfonsín, que siguió el acto por Internet y por televisión.

Atrás había quedado el Luna Park, que después de tantas peleas sirvió para recordar la mejor victoria, la de la democracia.

DEMOCRACIA DEMOSGRACIAS: EL RECUERDO DE FÉLIZ LUNA

PUBLICADO EN LA NACION

Venía yo de La Rioja con mi familia después de pasar unos días de descanso allí. Hicimos un alto en Córdoba en la casa de una parienta de mi mujer. Para cortar el viaje con algo grato les dije a todos los presentes que los invitaba a tomar un helado: de inmediato, una criadita de la casa donde estábamos- diez años a lo sumo-, salió como una flecha, abrió un bargueño, sacó algo y esperó a bajar con todos a la heladería.

Esto ocurría en el verano de 1978 y en un primer momento no advertí qué es lo que la chiquilina había sacado del mueble. Después me di cuenta: era su documento de identidad. Atención: la heladería en cuestión quedaba a media cuadra, estábamos en el centro de Córdoba y serían las cuatro de la tarde. Pero indudablemente la muchachita aquella tenía internalizada la obligación de llevar encima el documento, no más poner los pies en la calle aunque fuera por unos minutos.

Era uno de los tantos efectos de la dictadura entonces vigente. Hoy ni a aquella chinita ni a nadie se le ocurriría llevar su DNI para bajar a la calle. Pero en aquella época era lo normal, por lo menos lo que se esperaba de la gente. Este estado de sospecha, de vigilancia permanente, había calado hondo en la sociedad, imponiendo una sumisión que, para los gobernantes de la época, era sinónimo de orden. Todos estaban bajo sospecha, todos sabían que estaban bajo sospecha y esta sensación no era la menor de las consecuencias de la dictadura.

Así se estaba modelando una sociedad sumisa y pusilánime, preparada para apoyar cualquier aventura promovida desde el poder. Después de 25 años de vivir en democracia -aunque, lo reconozco, llena de defectos- digo que prefiero esta sociedad de ahora, protestona, tumultuosa y ardua a aquella que obligaba a una chiquilina de diez años a andar con su documento como un salvoconducto dentro de una ciudad sitiada.

Esta fue la sensación que tuve cuando Raúl Alfonsín asumió la presidencia y restauró la democracia con ese sólo hecho.

EL PAIS CELEBRÓ LA DEMOCRACIA CON RAÚL ALFONSIN


RELATO DEL MULTITUDINARIO ACTO REALIZADO EL 30 DE OCTUBRE DE 2008 PARA CELEBRAR LOS 25 AÑOS DE DEMOCRACIA PARA SIEMPRE

"COMO EN EL 83": CRÓNICA DE BEATRIZ SARLO, EN PERFIL



A las cinco de la tarde las colas rodeaban el Luna Park. Un poco más tarde se abrieron las puertas. Se ocuparon primero las gradas frente al escenario y a la izquierda; luego comenzaron a llenarse las de la derecha. En la platea, estaban casi todos los que fueron la Juventud Radical hace veinticinco años; hoy son hombres grandes, marcados por ese cuarto de siglo que los vio integrando la guardia de leales a Alfonsín, en el momento épico de las elecciones y la llegada al gobierno, para enfrascarse luego en decenas de riñas, reconciliaciones y nuevos encontronazos por el poder. Hace veinticinco años, esos hombres (porque son, sin excepción, hombres) eran la renovación; hoy, otros dirigentes les han dado alcance, tanto en la presidencia del Comité Nacional como en muchos distritos. Una parte de la herencia de Alfonsín se dispersó entre quienes se van sentando en la platea, saludándose sin la ampulosidad a la que acostumbran, en general, los políticos de otros partidos. Son gente que se ha equivocado mucho, pero no ha perdido un cierto estilo austero.

En la segunda fila, está una mujer diminuta que, en su momento, despertó la cólera de la Iglesia por su proyecto de ampliar las causales de despenalizacion del aborto; dibujada en madera marfilina, la cara de Florentina Gómez Miranda se vuelve hacia las gradas de donde llegan las canciones que no han sido, casi, actualizadas. Por el contrario, algunas consignas vienen del fondo de los veinticinco años transcurridos, como el eco de lo que se creyó posible entonces: “Franja Morada, la patria liberada”. Con frecuencia se escuchan los mismos nombres: los Ricardos están sobrerrepresentados, el porcentaje de Leandros, Hipólitos y Raúles es también mucho más alto que en el resto de la sociedad argentina. Los partidos son también sus nombres bautismales.

La llegada de Cobos, con la custodia que transporta un vicepresidente, produce un remolino en la superficie que, hasta ese momento, era tranquila. La seguridad de Cobos se interpone entre su custodiado y los fotógrafos (incluido el fotógrafo de este diario). Las tribunas no reciben a Cobos con las aclamaciones televisivas que lo rodean en los ámbitos indiferentes a la política desde su voto en disidencia con el Gobierno. Apenas si un rumor y algunos aplausos para este hombre gris, cuyo temperamento y su relativamente tardío ingreso a la política lo convierten en alguien distinto a los radicales de nacimiento (hijos y nietos de radicales, o militantes que se sumaron al partido durante la dictadura, radicales a la vieja usanza, que no necesariamente es mala). Cobos es un post político típico de estas épocas. Por eso, en tribunas intensamente radicales como las de este acto, Cobos es casi un extranjero y, para peor, un extranjero que durmió en las carpas del kirchnerismo, aunque ahora las haya abandonado o lo hayan desalojado de ellas.

Otro remolino encierra la entrada de Enrique Olivera y Elisa Carrió: no se la ve a ella, otra radical de familia, que prefirió dormir en su propia carpa o vivir a la intemperie antes que seguir las idas y vueltas, las alianzas y los pactos que el gran homenajeado de esta noche imprimió a su partido hasta arriesgar incluso su anegamiento en las aguas de los acuerdos que le impuso. Con la misma voluntad de hierro con la que cumplió su promesa electoral de enjuiciar a las juntas militares, Raúl Alfonsín torció la convicción y el sentimiento de muchos en la UCR cuando firmó con Menem el Pacto de Olivos. En ese arco, la Argentina le debe tanto a este hombre homenajeado hoy: el juicio a las juntas, que fue la piedra liminar de la democracia, el umbral que, una vez atravesado, ya no permitió el retroceso, pese a las propias leyes que Alfonsín promulgó sobre Obediencia Debida y Punto Final. El juicio a la juntas no se borró con nada, no tuvo correcciones aunque su propio impulsor quiso imponérselas. Del mismo modo, el Pacto de Olivos no se borró y lo metió al país en la segunda parte de los “años Menem”. Alfonsín abrió y cerró puertas: la impulsó a Carrió como constituyente de la asamblea que le garantizó a Menem su reelección y, con el mismo gesto fundador, le dio a Carrió su primera oportunidad política.

Los videos de discursos de Alfonsín se repiten. En el acto del Obelisco, cierre de campaña en 1983, con la avenida 9 de Julio cubierta por un millón de personas, Alfonsín, ya antes de ganar las elecciones del 30 de octubre, había probado que podía ganarle la calle al Partido Justicialista. En esos días, los encuestadores más minuciosos pensaban que los números les daban mal, que erraban los resultados porque les indicaban que Alfonsín vencía, en elecciones libres, a un peronismo no proscripto. Y, por su parte, ese peronismo no proscripto estaba rabioso, con dirigentes mediocres que los mejores hombres despreciaban o aborrecían, y sobre todo rabioso porque intuía que, por primera vez, la taba electoral se daba vuelta. El peronismo hasta ese momento sólo conocía la persecución o la victoria. De repente, un dirigente de Chascomús, como ironizaban algunos marxistas traslúcidos, les prometía la convivencia democrática pero también la derrota.

Al costado del escenario, a derecha e izquierda, dos gradas fueron ocupadas por los nuevos jóvenes, dirigentes, concejales, intendentes: noventa por ciento de hombres; el resto, algunas chicas. Debe ser difícil encontrar un partido con ese indómito predominio masculino. La convocatoria al acto es de la Juventud Radical presidida por el hijo de quien fue uno de los jóvenes del ’83, el ministro Nosiglia; este nuevo Nosiglia, Juan Francisco, inauguró el acto, cuyo segundo orador fue Sergio Duarte, secretario de la mesa nacional de Franja Morada. La locutora, Graciela Mancuso, viene desde 1982 presentando los actos radicales. O sea: un descendiente de la nobleza republicana del partido, a cuyo padre Alfonsín le ha dado muestras de afecto incluso cuando los ingenuos creían que iba a desprenderse de él; un representante del movimiento estudiantil que hegemonizó, en muchas universidades, la transición democrática y luego inauguró, en algunas de ellas, como la de Buenos Aires, la política del militante-funcionario rentado; una mujer emocionada, que no puede creer que la historia le ofrece a ella una segunda vuelta.

Finalmente habló Gerardo Morales, más joven que la vieja guardia alfonsinista. Como es presidente del Comité Nacional, la recepción no fue unánime; Morales quiere dirigir un partido, no conservar un símbolo. Nadie puede asegurar que lo logre, pero se le responde como a alguien que está en la disputa del poder. Sin embargo, pese al diálogo breve que intercambió con quienes le pedían que no interviniera distritos, el acto no perdió sino por segundos su carácter de conmemoración: “No pertenece sólo al radicalismo –dijo Morales– sino a todos”. Sus últimas palabras son las que cualquiera allí hubiera podido pronunciar, incluso los más vacilantes o los más ávidos de poder, los más dubitativos o los más sectarios: “Gracias, Alfonsín, por haberle dado sentido a nuestras vidas”.

En ese momento, en un clima de intenso historicismo, es decir de identidad intensa, se anunció que Alfonsín no llegaría al Luna. Con aplausos y silencios alternados, se proyectó el discurso cuyas imágenes ocuparon fugazmente el lugar vacío. Pero son sólo imágenes.

Enseguida los dirigentes juveniles toman el micrófono: “Alfonsín no viene, pero nosotros vamos a su casa: Leandro Alem, Maipú, Santa Fe”. A las once de la noche, los vecinos salen a los balcones; suenan bombos y se agitan banderas. Todos miran hacia arriba, esperando el milagro de una aparición. El partido acompañó, todavía en vida, al político que lo sacó de perdedor y quiso ponerlo en el centro de la izquierda argentina. La carta de Michelle Bachelet, los videos con saludos de Jimmy Carter, Felipe González, José Sarney, Julio Sanguinetti y Lula cumplen el sueño latinoamericano del hombre que se duerme mientras una cuadra llena de gente vela frente a su casa.