sábado, 8 de noviembre de 2008

25 AÑOS DE DEMOCRACIA DE TODOS: FESTEJO SOLIDARIO DEL RADICALISMO DE LAS COLONIAS

La Juventud Radical de Esperanza formalizó ayer la entrega de una importante donación surgida de una cena benéfica realizada hace pocos días.

En esa oportunidad casi 500 personas participaron de la convocatoria solidaria que incluyó el aporte de empresas. El dinero entregado ayer fue $ 9406,50.

José Assen agradeció el trabajo solidario y destacó el respaldo que significa para la entidad.

Por su parte Mauricio Weibel destacó que este tipo de trabajos es común en la Juventud Radical ya que "no solo trabajamos en política sino que siempre lo hacemos en acciones benéficas al servicio de la comunidad".

EL SENDERO PROYECTADO, POR RAUL ALFONSIN


EN PAGINA 12

La ocasión de aniversarios despierta generalmente la voluntad de ejercitar una mirada retrospectiva hacia los hechos que recordamos, en este caso con satisfacción, no por ser el 30 de octubre de 1983 el día de un triunfo electoral sino por ser el día de la celebración de las primeras elecciones después del largo túnel de la última dictadura militar.

Quizás el mayor motivo de satisfacción es que en estos 25 años que celebramos hemos trazado un destino que deja muy en claro hacia dónde no estamos dispuestos a volver los argentinos y hoy podemos afirmar con certeza que la dictadura militar que asoló nuestra República entre 1976 y 1983 fue, es y será la última. No seríamos sinceros si nos adjudicáramos este cambio de época: el espanto vivido, la aventura militarista de Malvinas y la comprobación de que las Fuerzas Armadas no son las que deban resolver los problemas que la política no sabe cómo atender son hechos fundamentales que hicieron del período que iniciamos en 1983 un tiempo fundacional.

Sin lugar a dudas, no somos nosotros los indicados para realizar un análisis objetivo de esta fecha: tampoco queremos hacerlo, sino transmitir de forma honesta y sin maniqueísmos nuestra visión, desde el conocimiento acabado del difícil contexto en el que se de-sarrolló nuestra acción de gobierno.

Gobernamos la Argentina que despertaba a la vida con la firme convicción de la necesidad de recrear la cultura democrática de nuestro país.

Nuestro horizonte es y ha sido una constante para nuestro accionar: instaurar en nuestro país un Estado legítimo. ¿Qué significa esto? Que deseábamos incorporar normas que, sin menoscabo para la libertad, promovieran y aseguraran una mayor igualdad. También queríamos incorporar en la política y en la sociedad un orden moral fundamental que vinculara cada vez más la ética al derecho y a la política, y ésta a la sociedad a través de la teoría del consenso. Valores que son, para utilizar la descripción de Germán Bidart Campos, aquellos “que hacen buena y deseable la convivencia social, o sea los que se realizan en y por las conductas sociales del hombre”. En esa dirección concentramos nuestros esfuerzos en un camino a todas luces sinuoso.

Sostuvimos el respeto a la ley y el nuestro fue el último gobierno que no hizo abuso de herramientas como los decretos de necesidad y urgencia y garantizamos la independencia y funcionamiento de los poderes.

Trabajamos por la justicia y la verdad, y llegamos más lejos que ninguna otra nación: juzgamos y condenamos a las cúpulas militares en un hecho que sigue siendo inédito en la humanidad.

Ejercitamos nuestra vocación de generar consensos, para terminar con la compartimentación de un país que atravesó 150 años de profundas e inconducentes divisiones, algunas de las que pretenden asomar en estos días de crispación. Para ello construimos un gobierno plural, donde no sólo había radicales tomando decisiones: compartimos el poder con peronistas, socialistas, demócratas cristianos e independientes y convocamos al Consejo para la Consolidación de la Democracia con mujeres y hombres de todas las fuerzas.

Dijimos en campaña que “con la democracia se come, se cura y se educa”: el Plan Alimentario Nacional, el Plan ABC, el Programa de Alfabetización premiado por la Unesco, la apertura de hospitales como el Garrahan y el Seguro Médico Universal que la oposición vetó en el Congreso son parte de lo que la democracia puede hacer para mejorar las condiciones de vida de los pueblos.

Todo lo que hicimos, con aciertos y muchos errores, lo hicimos en paz y en libertad.

Y si bien quedamos con cuentas pendientes, podemos decir satisfechos que cumplimos con nuestra principal meta: construir –mediante el diálogo, el consenso y la ética– una democracia para el Estado y la sociedad argentina, que trascienda nuestro gobierno y siente las bases de 100 años de paz y prosperidad para la Argentina.

Nos resta a todos la ciclópea tarea de hacer de la democracia la conjugación de libertad e igualdad, participación y solidaridad. Para ello debemos fortalecer las herramientas de la democracia que estamos construyendo entre todos.

Este es el sendero proyectado.

LA JR RECORRIÓ EL NORTE SANTAFESINO JUNTO A RICARDO ALFONSIN

El pasado viernes 31 de octubre y sábado 1 de noviembre la Juventud Radical acompañó a Ricardo Alfonsin por el norte santafesino.

El dirigente nacional visitó la ciudad de Malabrigo invitado por el Senador por el Dto Gral Obligado, Federido Pezz. En dicha localidad se realizó una conferencia de prensa en la que participaron además la Vice gobernadora Griselda Tessio, la Diputada pcial Alicia Perna y el presidente de la JR, Gustavo Puccini (Ver foto).

Al cabo de la conferencia de prensa se concretó una emotiva cena en la que participaron el intendente de Avellaneda Orfilio Marcón y los presidentes comunales de la UCR del Departamento. De la fiesta asistieron mas 400 personas y estuvo organizada por la JR de Malabrigo y el comité local. Luego de los discursos, se hizo entrega de los diplomas a los dirigentes departamentales protagonistas de los 25 años de democracia.

Al día siguiente Ricardo Alfonsín junto a la JR, el Senador Federico Pezz y el ex intendente de la ciudad de San Cristóbal Edgardo Martino, visitaron la Municipalidad de Vera, donde se llevó adelante un desayuno de trabajo junto al intendente Raúl Seco, la Diputada provincial Analia Speich y colaboradores de la gestión comunal.

La recorrida finalizó en el departamento San Justo, allí Alfonsin fue recibido por el senador Rodrigo Borla y el intendente de la ciudad Marcelo Mauro. En el Club Italiano Ricardo Alfonsín dio un caluroso mensaje ante un recinto repleto de dirigentes y simpatizantes de la Unión Cívica Radical local y departamental.

Finalmente en un almuerzo en la misma ciudad de San Justo se homenajeó a Ricardo Alfonsín por su compromiso con la UCR, y la distinción que tuvo para con nuestra provincia en estos días de tanto requerimiento hacia su persona por los homenajes a Don Raúl Alfonsín.

AQUEL 30 DE OCTUBRE, POR RAUL ALFONSIN


EN CRITICA DE LA ARGENTINA


Los argentinos llegamos a los primeros 25 años de vida en democracia: nunca antes atravesamos un período de imperio de la libertad, paz e institucionalidad tan extenso y, por ello, nunca antes habíamos tenido ocasión de aprehender con tanta intensidad los valores intrínsecos del orden democrático.

Sin lugar a dudas, en 1983 sentamos las bases de ese aprendizaje, iniciando la transición hacia la democracia. Cuando decíamos que “con la democracia se come, se cura y se educa”, estábamos diciéndole al país que mientras no se garantizaran los derechos sociales básicos –como el acceso al alimento, la salud y la educación–, la democracia que comenzábamos a construir hace 25 años no sería completa.

Ése es nuestro horizonte: avanzar del estado que Robert Dahl denomina “poliarquía” hacia mayores grados de libertad e igualdad, lo que llamamos “Estado legítimo”.

En este camino de transición hacia la democracia, estos 25 años han marcado avances y retrocesos, con momentos de esperanza y otros de zozobra. Sin embargo, en ese lapso el pueblo rechazó las aventuras alocadas de los que nos ofrecían volver al pasado de violencia y autoritarismo.

El dolor de lo vivido nos hizo aprender ferozmente la diferencia entre la vida y la muerte, y felizmente, para las próximas generaciones, la diferencia entre la democracia y la dictadura.

Parece poco, pero nos costó más de 50 años de alternancia cívico-militar entender que el pueblo, y sólo el pueblo, es capaz de decidir su destino y que, como sosteníamos en 1983, las grandes mayorías no tienen derecho a permanecer en silencio.

Nos tocó encarar la reconstrucción del edificio republicano, dañado por las constantes y repetidas apariciones en escena del “partido militar”, restañar las heridas de un pueblo golpeado por la tragedia y la violencia, recrear el sentido de la justicia y la memoria, recuperar la vocación del consenso pisoteada por la costumbre de la patota, reinstaurarnos en un mundo dividido y tensionado por la guerra fría, tender una mano solidaria y reparadora hacia los cada vez más argentinos expulsados por el neoconservadurismo importado en los tristes años que precedieron nuestra gestión, en la convicción de que –como sostuvimos ante las Naciones Unidas– no hay paz sin pan, como tampoco hay pan sin paz.

Encaramos, los argentinos todos, la ciclópea tarea de reinventar una cultura democrática en la Argentina.

Con esas premisas, desarrollamos el gobierno de la transición. Pusimos en marcha diversas iniciativas en todos los campos para empezar a poner en movimiento esos objetivos fundantes, algunas implementadas en su totalidad, otras de forma parcial y algunas truncadas por una oposición que creyó que así debilitaba a un partido y terminó debilitando a la transición: la primera ley de la democracia –la 23.040– derogó la autoamnistía militar que respaldaba el actual oficialismo; creamos la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas y en una decisión inédita en la humanidad, nuestra Justiciajuzgó y condenó a las cúpulas militares, según las responsabilidades diferenciales que habíamos planteado en nuestra campaña; impulsamos el crédito hipotecario como nunca antes; otorgamos el Plan Alimentario Nacional a 1.500.000 familias, que no sólo recibieron alimento sino que pudieron acceder a servicios básicos a través de programas como el ProAgua; llevamos adelante programas educativos de reconocimiento internacional como el Plan Nacional de Alfabetización y el Programa ABC; desarrollamos la producción científica y la investigación; construimos hospitales y propusimos un seguro de salud para todos los argentinos rechazado por la oposición; democratizamos las universidades; impulsamos la producción y el asociativismo (más de 8.000 nuevas cooperativas se crearon en nuestro gobierno); convocamos a todas las fuerzas políticas al Consejo para la Consolidación de la Democracia; pusimos definitivo punto a la visión de nuestros vecinos americanos como enemigos; suscribimos la paz con Chile, refrendada por la mayoría del pueblo y creamos lo que hoy es el Mercosur junto al presidente Sarney, de Brasil; dirigimos nuestra política exterior hacia la amistad con todos los pueblos, el respeto hacia su autodeterminación y la cooperación Sur-Sur…

Nos tocó gobernar en uno de los peores contextos internacionales, con una sociedad que estaba despertando de las peores pesadillas y con un aparato corporativo que se resistía a la idea de que el poder reside en el pueblo, oposición y sindicatos que actuaron en forma de ariete para recuperar el poder. También, y sería deshonesto negarlo, con nuestras propias flaquezas y debilidades.

Sin embargo, gobernamos la transición con honradez y con sentido nacional, en paz y libertad y con el claro rumbo de la democracia social hacia un Estado legítimo.

En 1989, cuando debimos entregar el gobierno de forma anticipada, existía un recalentamiento de la situación política artificialmente producido. Visto ahora, desde la distancia que nos otorga el tiempo, confirmamos lo que creíamos en aquel entonces: con un siete por ciento de desocupación, con libertades individuales plenamente garantizadas, con una infatigable voluntad de diálogo hacia todos los partidos de la oposición y con la firme decisión de entregar el gobierno a mi sucesor con el mayor espíritu de colaboración, en esas condiciones se produjo un estallido que no dejó otro camino que acelerar el traspaso del poder.

Asaltos a supermercados, paros parciales cotidianos, huelgas generales, violencia callejera, pedidos del justicialismo para que yo renunciara y discursos que originaban corridas bancarias fueron el detonante. El hambre y la desocupación eran los principales argumentos. Pocos años después, la administración que me sucedió llevó la desocupación al veinte por ciento, cerraron cientos de fábricas, la marginalidad se extendió como una epidemia social, más de la mitad de la población quedó por debajo de la línea de pobreza y se instaló una grave corrupción. Todo eso sin que se produjera estallido alguno.

En este contexto, 25 años después estamos conformes con lo hecho. Seguimos caminando hacia una democracia plena con los mismos valores que enunciamos y practicamos, satisfechos de saber –como sostiene Santiago Kovadloff– que el logro radical no fue que la transición se haya dado en los términos anhelados sino, llanamente, en que se haya dado.

Conscientes de las enormes deudas que aún tenemos, pero orgullosos de haber puesto la piedra basal de la democracia para siempre en la Argentina.

GRACIAS, POR PEPE ELIASCHEV




Perfil.com.ar - Mirado desde afuera, se hacía cada vez más respetable, pero no abundaba para con él el afecto, ni la confianza total. El exilio había llevado a algunos radicales al exterior, pero en esencia los que nos habíamos ido del país proveníamos del peronismo, de la izquierda, o éramos independientes.
En este ámbito, Raúl Alfonsín era considerado con distinción, sin arrebatos emocionales. Su figura se había catapultado cuando en 1982 fue el primer político de peso en oponerse a la escandalosa tragedia de Malvinas, pero esa mañana del 30 de octubre, cuando tomábamos café y cambiábamos impresiones en un Sanborn’s sobre el Paseo de la Reforma del Distrito Federal, nuestra pasión política estaba encorsetada y mascullábamos nostalgia, irritación y esperanzas. Habíamos ido al consulado argentino en Ciudad de México a que nos certificaran que estábamos a más de 500 km de nuestro lugar de votación.
Imposible votar por Alfonsín ese día, pero sabíamos que el exilio terminaba y llegaba la hora de volver. Nosotros, los que nos habíamos ido del país un año y medio antes de que las Fuerzas Armadas ocuparan el poder, sabíamos que habíamos salido de una Argentina gobernada por los peronistas y que, en ese lúgubre 1974, cuando empezó nuestro alejamiento, ya eran decenas los asesinados a mansalva por fuerzas de tareas comandadas desde la Plaza de Mayo.
Ahora el momento había llegado. Era hora de cerrar una época densa, significativa, formidable y a la vez trágica. La negritud se despejaba, lo siniestro retrocedía.
Es sencillo demostrar que Alfonsín no hubiera significado lo que su figura y su proyección terminaron implicando sin la masiva y movilizada militancia que él supo motivar y que le dio sustancia y carnadura a su marcha a la Casa Rosada.
Pero al final del día, la divisa rojiblanca de su partido, desde cuya identidad activó toda su vida como hombre político, cedió preeminencia a favor del RA, asociado con el país y con la república.
Esa fue su fuerza y su mensaje, entonces imbatible. No sólo se asociaba con el mayor denominador común (sistema y patria), sino que ponía en acto una manera de vivir, experiencia democrática que pulverizaba a un justicialismo inadecuado, antiguo y ambiguo.
Alfonsín era la posibilidad de soñar con lo que durante años había estado relegado e incluso oculto. El peronismo que había hecho implosión de manera sangrienta ya en 1973 no era opción una década más tarde. No lo era porque no se proponía serlo. El aparato político que presumía de monopolizar el favor de los pobres apoyaba en 1983 la autoamnistía que se habían regalado las Fuerzas Armadas al abandonar el poder.
Alfonsín se convierte así, por definición y decisión, en conductor político de una era definida por las rupturas. Quiere ser y será el ciudadano a cargo del Poder Ejecutivo que consume el fin de la impunidad. Firma el decreto de enjuiciamiento a las juntas militares del terror, pero no se olvida de las responsabilidades de los guerrilleros que desde el 25 de mayo de 1973 prosiguieron, impertérritos, secuestrando y asesinando.
La guerrilla, que no quería ni pedía democracia alguna, no se lo perdonó. En 1989, últimos vástagos del ERP atacaron una unidad militar a sangre y fuego (La Tablada), mientras numerosos y calificados remanentes de Montoneros se alineaban con Carlos Menem, que los indultaría meses más tarde, tras mantener promiscuidad con los carapintadas.
Pero Alfonsín venía de otro escenario de valores, configurado por la necesidad de estimular la diversidad y procurar a toda costa la convergencia entre culturas y prácticas diversas. Hay que recorrer el armado humano de la Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas y el Consejo para la Consolidación de la Democracia para advertir y registrar claramente esa impronta democrática resistida por la fuerte marca autoritaria y corporativa que lo llevó a denunciar el pacto militar-sindical.
Su figura terminaría siendo clave y determinante con los años, sobre todo si se considera la calamidad nacional que era la Argentina de 1983 y la colosal excepcionalidad de un país que, a diferencia de Chile, Brasil y Uruguay, tuvo que abocarse a una transición democrática inédita, sin salvaguardas ni garantías.
La Argentina será en los ochenta el país donde el presidente Alfonsín zamarrea sin miramientos a un fascista párroco militar en medio de una misa, o le pone los puntos sobre las íes, y en la propia Casa Blanca, a un presidente norteamericano abocado al derrocamiento de legítimos gobiernos centroamericanos.
No descuelga cuadros. Alfonsín juzga criminales en uniforme y se aguanta pagar el precio. Va a Cuba, habla con Castro, propicia romper con la Guerra Fría en el hemisferio, y sella el fin de las hipótesis demenciales de conflicto con Chile (Beagle), apostando todo a la apertura democrática en ese país, donde el estado de derecho arribaría sólo siete años después.
Todo llega alguna vez. Este 30 de octubre, la persona a quien la actual farándula periodística denostaba con sarcasmos hace una década, pidiéndole que dejara de salvarnos, el viejo líder es hoy poderoso talismán de energías democráticas, al que ahora se acercan, para validarse, oportunistas que creyeron que se salvaban con los Kirchner, y hasta la propia Presidenta, cuyo homenaje en la Casa Rosada fue un monumental acto de hipocresía concebido para que ella resultara beneficiada del prestigio de un hombre que debe ser reconocido en la praxis política y no en los fuegos artificiales del carnaval mediático.
Ahí está él. En su batalla acumula buena dosis de errores y gruesa cosecha de fallas. Nadie mejor para admitir su humana falibilidad. Siempre me impresionó eso en él, tras haber sido privilegiado por su afecto y su respeto sólo desde que perdió todo poder; ha vivido una vida respetuosa y considerada para con sus semejantes.
Encarna aquellos valores de decoro, modestia, frugalidad y respeto que lo convierten en figura dolorosamente asincrónica en la Argentina. El ha sido piloto y camillero, estadista y socorrista, hombre de Estado y gestor de acuerdos que si bien no siempre fueron oportunos, revelaron de manera invariable una visión histórica amplia y generosa para superar los principales y más graves dilemas argentinos.
Ha afrontado, sin embargo, problemas que fotografían de manera lapidaria rasgos aborrecibles del país que no termina de morir, territorio de hegemonías supremacistas y mezquindades insondables.
No ha recibido los agradecimientos de una sociedad civilizada para un hombre que ha cumplido el papel que él quiso, supo y pudo cumplir, paradigma de una época mejor, más sana, más pacífica, superior.
Por eso, yo, libreta de enrolamiento 4.530.522, le digo gracias. Su nombre, Alfonsín, me sabe a libertad.